En la segunda parte de El verdadero Messi conoceremos una faceta desconocida del astro argentino. Seguro que te sorprende. Si aún no leíste la primera entrega, EMPIEZA POR AQUÍ.
Seguimos con la introducción…
Tiempo estimado de lectura: 6min
¿Por qué los humanos se etiquetan entre ellos sin apenas conocerse?
Ocurre entre todas las personas, no importa su condición, pero en el caso de los famosos el etiquetado se produce a gran escala. El público cree conocerlos, pero sus juicios casi nunca proceden del conocimiento personal, son el fruto de la divulgación mediática.
Los futbolistas padecen en sus carnes la extendida creencia de que son unos incultos. Gente insulsa, por lo general, que solo sabe chutar la pelota y recurrir al archiconocido discurso de clichés futbolísticos.
Sin embargo, como todas las personas, los futbolistas pueden tener facetas desconocidas que realzan sus intelectos o espíritus, como veremos en la segunda parte de El verdadero Messi.
El relato corto de hoy, se titula:

Con el tiempo descubrí que el crack azulgrana era un tipo ingenioso y sensible. Le gustaba componer poesía. Una mañana se me acercó tímidamente con una hoja plegada en la mano. «Míster, dígame que le parece». En el papel que me entregó, bajo el título Cuerda rota, figuraban manuscritos los siguientes versos:
Jamás platicaba de su pasado…
pero el brillo de sus ojos lo expresaba:
no lo había podido digerir.
La cuerda se había roto…
pero trataban de enlazarse sus extremos:
esfuerzo tenaz y espíritu ciego.
Y trayendo la esperanza a su maltrecho corazón,
resuenan tonadillas que apaciguan su dolor;
bello es su trino, de incesante pundonor,
sagrada es esa mina a la que adoro con fervor.
Sos tan linda, mi dulce cuerda rota…
y es tan lindo poderlo contemplar:
ese intento serpentino, osado y procaz,
bregan tus extremos por volverse a unificar;
entre tangos y boliches, quilombos y carmín,
braguetas encendidas y esmerado subsistir.
Me quedé de una pieza, pero en el buen sentido de la expresión. Con hiperbólico encomio, le transmití que la poesía me había fascinado y el crack tuvo el detalle de regalármela, firmada y todo. (Dentro de unos años, la subastaré.)
Más adelante, volvió a sacarme el tema de la poesía. Se presentó con un libro del escritor norteamericano Charles Bukowski. Al verme interesado, quiso aprovechar la coyuntura para estrechar vínculos: «Se lo presto, míster». (Por cierto, menuda irreverencia la del tal Bukowski, la madre que lo parió.)
Pasaron las fechas y el astro me tomó confianza. Se atrevió a pasarme un poema extraño y controvertido a partes iguales. Jamás hubiera imaginado que el figura pudiera componer semejante cosa. ¿Cómo describirlo? Era un despropósito visceral, inspirado nada menos que en la psicomagia de Jodorowsky, según me indicó. El poema se titulaba Liberación. Impreso en dos folios grapados, arrugados y doblados en cuatro, figuraba lo que sigue:
Che boludo, haga las cosas que sus mayores le prohibieron.
Si no le permitieron ensuciarse: ¡defeque!
¡Agarre sus excrementos y restriéguelos por la casa!;
porque los pibes para ser pibes necesitan mancharse.
Nuestros traumas están ahí y nos subyugan atenazándonos:
¡destruyámoslos!
Por muy repugnantes que sean,
Jesús celebrará cada uno de nuestros actos.
Che boludo, extirpe las cosas que sus mayores le impusieron.
Si le obligaron a confesarse: ¡reniegue!
¡Talle cruces invertidas en la puerta de una iglesia!;
porque los pibes vienen sin culpa y nadie debe contaminarles.
Nuestros traumas están ahí y nos subyugan atenazándonos:
¡destruyámoslos!
Por muy macabros que sean,
Jesús celebrará cada uno de nuestros actos.
Che boludo, abrace las cosas que sus mayores le prohibieron.
Si padeció restricciones de dulce de leche: ¡desnúdese!,
¡Vierta un saco de azúcar y revuélquese sobre él!;
porque los pibes no necesitan obsesionarse con la salud.
Nuestros traumas están ahí y nos subyugan atenazándonos:
¡destruyámoslos!
Por muy extravagantes que sean,
Jesús celebrará cada uno de nuestros actos.
Che boludo, permítase las cosas que sus mayores le negaron.
Si no le prestaron oídos: ¡proteste!
¡Agarre un megáfono y cáguese en el copón en un lugar concurrido!;
porque los pibes necesitan ser tenidos en cuenta.
Nuestros traumas están ahí y nos subyugan atenazándonos:
¡destruyámoslos!
Por muy escandalosos que sean,
Jesús celebrará cada uno de nuestros actos.
Che boludo, avente las cosas horribles que sus mayores le hicieron.
Si sufrió algún tipo de maltrato: ¡desquítese!
¡Haga que los culpables reciban su merecido!;
porque en los pibes que se arrugan solo caben las penas.
Nuestros traumas están ahí y nos subyugan atenazándonos:
¡destruyámoslos!
Por muy encarnizados que sean,
Jesús celebrará cada uno de nuestros actos.
Che boludo, arroje los lastres que sus mayores le endilgaron.
Si le enseñaron a tener miedo: ¡atrévase!
¡Agarre una valija y lárguese a tierras extrañas!;
porque en los pibes medrosos anida la desgracia.
Nuestros traumas están ahí y nos subyugan atenazándonos:
¡destruyámoslos!
Jesús celebrará cada uno de nuestros actos.
Qué bárbaro. El Figura resultó ser una caja de sorpresas. También le interesaba la literatura erótica. Digamos que era un poco… guarrete. Me pasó un microrrelato que, según me confió, pensaba enviar a un concurso literario bajo el seudónimo «El pibito macanudo». Se titulaba Pensando en vos, y decía:
Sumamente excitado, visualizo un tercer dedo introduciéndose en tu santa concha… Estás a puntito, tus vibrantes gemidos resuenan cada vez más agudos. Visualizo el fino barniz que recubre, humedece y estiliza tus lechosas bragaduras. Imagino los viscosos hilillos que, adheridos a tus dedos, realzan tu lascivo y excitante percutir.
Finalmente, cuando los gritos ahogados hieren tu garganta, deduzco que estás llegando. Aumento el ritmo, lo agito con fuerza y comienzo a sentir la ebullición. Al unísono, alcanzamos el clímax: a miles de kilómetros de aquí, te retuerces entre espasmos con los ojos entornados. Entretanto, escurriendo las últimas gotas de brillante elixir, apuro mi placer susurrando tu nombre. ¡Cuánto necesito regresar a vos!
Sin comentarios…
Como broche final, nunca olvidaré lo que me dijo al despedirse. Tras consultarlo con la almohada, tomó la decisión de colgar la bata de mozo y se presentó en mi oficina con ella en la mano. «Che míster —me dijo—. Vengo a decirle que renuncio. Sé que no está la cosa para ir dejando laburos, pero ya sabe, a veces hay que arriesgar».
Su explicación me dejó perplejo. «Tengo que agarrar un vuelo —prosiguió—, ya me pasaré a firmar el finiquito. Ah, por cierto —añadió cuando se iba—, no se olvide de regresarme el libro de Bukowski que le presté. Téngalo por acá cuando vuelva de la gala». «¿Qué gala?», quise saber, pero el Figura se limitó a despedirse: «¡Chau, míster!». Giró sobre los talones y, sin mirar hacia atrás, levantó la mano diestra en señal de despedida.
Al día siguiente le entregaron su segundo Balón de Oro, y no tardó en presentarse a firmar el finiquito, un montante inferior a los seiscientos euros. Huelga decir que se llevó el libro de Bukowski que me había prestado.
Tras su paso por el súper, siguieron corriendo turbulentos los ríos de tinta. Como es natural, no pudo deshacerse de la fama de pesetero. Tampoco del popular estereotipo que tilda a los futbolistas de simplones. Sin embargo, el dios de los culés es un tipo instruido y con grandes capacidades para la creación literaria. Como suele ocurrir, las apariencias componen un velo que distorsiona la realidad.
Su paso por el súper dejó una huella profunda en mi vida. Cuando un futbolista abre la boca, pese al manido discurso de obviedades balompédicas, me abstengo de emitir juicios de valor.
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