El falso patriota ama a su país, pero si puede lo saquea y esconde el botín en paraísos fiscales.
Segunda parte de FALSO PATRIOTA, el muñeco más vendido en el Corte Inglés de Serrano (famosa calle madrileña de ostentosos escaparates y precios prohibitivos).
Si aún no leíste la primera parte de Falso patriota, empieza por aquí.
Tiempo estimado de lectura: 6-7min.
El relato corto de hoy, se titula:

Los patriotas se ocupaban de sus asuntos en la nueva normalidad. El de Felisa, envuelto en su bandera, había participado en diferentes caceroladas pero ya no parecía tan preocupado por la deriva socioeconómica del país. «Está más tranquilo», aseveraba Felisa en sus charlas telefónicas, ocultando al mismo tiempo su creciente intranquilidad por la diaria ausencia de su muñeco patriota.
«Desde el fin del confinamiento no para en casa —le contaba a su amiga Concha—. Que tiene mucho trabajo, me dice». Su patriota era empresario y afirmaba tener constantes reuniones, trámites y compromisos, pero Felisa ignoraba los motivos reales de tanto trajín.
Los domingos iban a comer a la casa de los padres de Felisa. Y, en ocasiones, iban al cine, al centro comercial o al bar taurino que tanto le gustaba al patriota por ser un feudo de los valores y costumbres que deben prevalecer en el barrio, en la ciudad y en todo el territorio español. «¡La identidad nacional está en peligro!», protestaba encolerizado.
En el bar taurino, el vino le soltaba la lengua y repasaba las medidas necesarias para salvaguardar la patria. «¡No empieces!», le rogaba Felisa, abochornada por el fanatismo del que hacía gala en el bar taurino, donde siempre encontraba aliados para despacharse a gusto contra moros, panchitos, radicales izquierdistas y miembros del colectivo LGTB. «¡Nos han invadido!», clamaba desde la mesa donde cenaban lo mismo de siempre; el camarero y los parroquianos celebraban sus patrióticas arengas.
Allí fue donde Felisa lo escuchó decir que había dado el pelotazo, y desde entonces, las horas labores de su patriota se extendieron de tal manera que los fines de semana dejaron de existir. Ella en casa, a vueltas con la limpieza y viendo Tele 5; el muñeco patriota en su nueva oficina, en la sede del partido o de viaje de negocios.
El maître del restaurante gallego (de una estrella Michelín, para más señas) que frecuentaba el patriota, lo vio llegar en brazos (media cuarenta centímetros) de su nueva querida, una exuberante colombiana que aparentaba, por lo menos, veinte años menos que él. La joven, ceñida en un vestido escotado y con un balanceo de tacones imposibles, era un surtidor gratuito de entretenimiento visual.
—¿Cómo está, señor patriota? —preguntó el maître al recibir a la parejita, y les condujo hasta la mesa con el histrionismo protocolario inherente a su oficio.
Más tarde, el patriota y el maître intercambiaron unas palabras.
—Qué ganas tenía de recuperar la normalidad —comentó el patriota, con cara de haberse quitado una losa de encima—. El encierro me estaba matando —aseguró.
El maître, con la psicología adquirida en el desempeño de su profesión, se ganaba la confianza de los clientes. Era un párroco de litúrgicas gastronómicas que, a base de confidencias y otras escuchas circunstanciales, conocía las intrigas, tejemanejes y contubernios de la clase política y empresarial. Dobles vidas de sujetos amargados en el ámbito familiar que encontraban un desahogo en sus vicios, lujos, queridas y chanchullos financieros.
Asimismo, compartían un amor incondicional por la patria y no se la quitaban de la boca, con una vanagloria que marcaba la diferencia entre ellos y el resto de españoles. Los extranjeros, la subespecie, eran bienvenidos si se trataba de turistas o residentes adinerados. Los demás, con los mayores controles y restricciones posibles, podían establecerse en el país como mano de obra barata y a condición de adaptarse plenamente a las normas y costumbres.
El maître, que era gallego, tenía familia en Argentina y allí proliferaban como setas las casas nacionales, regionales y clubes patrióticos que preservaban y fomentaban la cultura española. Para los patriotas, cuando eran ellos los emigrantes, era normal que el país de acogida respetara su identidad y la diera honrosa cabida. En caso contrario, escrupulosa adaptación, y confinamiento de las tradiciones y costumbres foráneas.
El patriota de Felisa renunció a permanecer en la estantería. «¡En esta casa mando yo!», gritó encolerizado, y se instaló en el sillón orejero, se apropió del mando a distancia y desterró a Felisa a la cocina. La mujer, angustiada, se desahogó y sinceró con su amiga Concha:
—Esto no es lo que me esperaba. Me grita, me ningunea, me trata con desprecio y me utiliza de criada. Se ha convertido en un pequeño dictador.
Concha no daba crédito.
—El mío esta chapado a la antigua. Es celoso, cabezota, racista, tiene mucho carácter y es un poco sectario, pero es todo un caballero.
Explicó a su amiga que, además de dormir en la misma cama, tenían un calendario de actividades en común: de lunes a viernes, paseo para cuidar la silueta; después de comer, partida de chinchón; los miércoles, cena romántica; los martes y los jueves, pasodoble en el salón; los viernes, al teatro; los sábados, de cañas, y los domingos al cine. También eran asiduos de las verbenas, las corridas de toros y otros festejos populares. Y además, en agosto, quince días en Benidorm.
Consternada, Felisa empezó a sospechar que había recibido gato por liebre. Adquirió un muñeco patriota para ser más feliz, pero nunca se había sentido tan desdichada.
Para colmo, su patriota salió una mañana y no regresó. Transcurrieron tres días angustiosos para ella, que al final denunció la desaparición del muñeco, y, gracias al chip identificativo, no tardaron en encontrarlo. Qué disgusto, estaba en un club de alterne de alto standing, encamado con una joven prostituta.
A raíz de este suceso, la Guardia Civil encontró indicios de que el patriota andaba metido en actividades ilícitas; lo acusaron de formar parte de una red de malversación y tráfico de influencias. La formación política implicada en el caso, le retiró el carné de afiliado y lo tachó de persona indeseable. El juez estableció una fianza que el patriota abonó pero Felisa, que a esas alturas se había quitado la venda de los ojos, se presentó con el muñeco en la tienda donde lo había comprado.
—Vengo a devolverlo —Enojada, lo plantó en el mostrador.
—¿Qué ocurre, señora? —preguntó el dependiente—. ¿Le salió defectuoso?
—Le pedí un muñeco patriota, no un traidor a la bandera.
—¡Traidor! —exclamó el patriota—. ¡Cómo te atreves, daría mi vida por la bandera!
—¿Esa bandera que usas para envolver tus pecados? —objetó Felisa—. No mereces llevarla encima —añadió, y se la arrancó de un violento tirón que casi lo decapita. —Tiene cuentas pendientes con la justicia —informó al dependiente.
—No se preocupe, señora, lo enviaremos al almacén de los falsos patriotas. ¿Quiere cambiarlo por otro de verdad?
—Ya tuve suficiente, prefiero que me devuelvan el dinero.
El muñeco, viéndose tratar de aquella forma, protestó por última vez:
—¡No consentiré que me calumnien, soy un auténtico patriota y luzco con orgullo la bandera nacional!
—La patria no es una bandera —sentenció un cliente que esperaba su turno—. Es un código ético, una decencia moral, una conducta provechosa para la nación. Tú eres un caradura que se dedica a saquear las arcas del Estado. Un verdadero patriota promueve la igualdad, la justicia, la libertad de expresión y la pluralidad política. Tú eres de los que afirman que con Franco se vivía mejor. Si por ti fuera, volvíamos a lo de antes: mano dura, caciquismo, tradición y dogma católico, abundancia para los secuaces del régimen opresor, pobreza para el obrero y lluvia de balazos para los opositores ideológicos…
El patriota se quedó mudo. No esperaba la ofensiva del cliente entrometido que siguió cantándole las cuarenta:
»Sois todos iguales, se os llena la boca de bandera y tradición, pero lo único que os interesa es llenaros los bolsillos. Despreciáis lo público con la misma intensidad que adoráis lo privado. En realidad, el país que os interesa a los falsos patriotas es un coto privado para vuestro uso y disfrute. Esa es la bandera que lucís con tanto orgullo; la del egoísmo, la hipocresía, el clasismo y el fanatismo.
Con el muñeco patriota en estado de shock, Felisa prorrumpió en aplausos.
—¡Tiene usted más razón que un santo! —admitió, consciente de que se había tragado, durante décadas, los cuentos y embustes de los falsos patriotas—. Esto me ha quitado la venda de los ojos —concluyó.
El muñeco patriota, humillado por el rapapolvo recibido en la tienda, tuvo que despedirse de su lujoso tren de vida y acabó en el almacén de los falsos patriotas, donde estuvo retenido hasta ingresar en prisión.
Felisa tuvo suerte, el cliente que amonestó al falso patriota la invitó a cenar. Se entendieron, contrajeron matrimonio y no tuvieron hijos por culpa del reloj biológico, pero adquirieron un precioso westy terrier por 200 euros. En el pasaporte canino figuraba que el cachorro era esloveno, pero ningún perro del barrio lo juzgó o marginó por su nacionalidad.
Recursos gráficos de pngtree y pixabay
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¿Qué te pareció «FALSO PATRIOTA»? ¿Lo hablamos en los comentarios?
19 diciembre, 2020
Cuánta ironía en la descripción y el camino de ese falso patriota. Ricas imágenes, mujeres desencantadas ante litros de falsedad. Una pintura de la sociedad franquista, materialista y retrógrada digna de O. Wilde. Excelente! Te felicito, Javier. Muy original la forma de denunciar una sociedad sin escrúpulos.
20 diciembre, 2020
Aquí, el falso patriota es una figura muy fácil de caricaturizar y veo que en Argentina es fácilmente reconocible. Supongo que esta clase de falsos patriotas proliferan como setas en cualquier lugar del mundo que haya padecido una dictadura. Muchas gracias por tu valoración, Juana.
27 junio, 2020
Que grandes verdades y que bien contadas. De verdad que algunos se llenan la boca de palabras como patria y nación que moldean para su propio beneficio. Pensándolo fríamente creo que la palabra patria es de las que más acepciones se le otorgan socialmente, el problema son todos aquellos que se la agencian para sí con toda la caradura del mundo. Muy bien descrito el falso patriota y su forma de actuar, además de las dos caras que tienen muchos de ellos. Gran relato, que hace pensar y de una rabiosa (nunca mejor dicho) actualidad. Y por cierto, yo también voto por la de devolución en estos casos que me parece una gran idea. Un gran abrazo y enhorabuena por el relato .
28 junio, 2020
Ahí quedó el retrato, Fernando, creo que es una historia de interés general, de las que no dejan a nadie indiferente. Me alegra que te haya gustado, muchas gracias por comentar. Un abrazo!
27 junio, 2020
Ojalá pudiéramos devolver a todos los falsos patriotas como en tu relato!
Me ha parecido genial.
27 junio, 2020
Seguro que hay muchas mujeres deseando hacerlo. Muchas gracias, Mariángeles.
29 junio, 2020
Esos falsos patriotas tan bien retratados en este relato son los mismos que habiendo alcanzado ciertas cotas de poder observan la realidad de «su patria», su condición de títeres de la deuda y fomentan el discurso ideológico con el único objetivo de dividir el rebaño y repartirse el pastel con los verdaderos dueños de esa patria, que no son ellos precisamente. Y esto bien lo saben. La patria que defienden no es tal patria, porque esa patria dejo de existir hace tiempo, si por patria nos referimos a soberanía nacional. Somos un país esclavo, como otros tantos, y esos discursos obsoletos y arcaicos no tienen ya cabida, y bien lo saben. De ahí que, sin escrúpulos, arramblen todo lo que puedan, total, si no son ellos ya lo harán los progres, como ellos dicen. Y esa bandera que defienden, bien saben que es la bandera de la deuda, el robo y la mentira. Y que gracias a ella, tendrán el apoyo necesario para seguir saqueando y dejando saquear una patria que sólo existe en la imaginación de quién no quiere ver. Excelente relato para pensar y debatir en estos tiempos de pandemia y chips del nuevo orden mundial progre.
Pdta: Esto con Franco no pasaba.
29 junio, 2020
Fue un gusto leer tu estupendo análisis, Hana. No hace falta que te diga que estoy de acuerdo. Aun así te lo digo: estoy de acuerdo. Pienso que, muchos de los simpatizantes de estos falsos patriotas, son conscientes de que la patria es un supermercado donde se permiten los saqueos a los más astutos, por eso se arriman a ellos con la intención de pillar lo que puedan. Los mayores sinverguenzas y psicópatas del país, con cero empatía por el prójimo, se amparan en banderas y discursos patrióticos para hacer su agosto particular, en este prostíbulo llamado España, donde si no te espabilas te la meten por detrás. Los votantes tenemos el culo como un abrevadero de patos. O como Lenny Kravitz o los Red Hot Chili Peppers cuando dejaron de hacer rock para lucirse, y forrarse, en los circuitos comerciales de público masivo.