El falso patriota ama a su país, pero si puede lo saquea y esconde el botín en paraísos fiscales. La patria, para el falso patriota, es una propiedad que tiene que defender de las hordas progresistas.
Antes del relato, una breve introducción…
Tiempo estimado de lectura: 6-7min.
Falso patriota, dime de qué presumes y te diré de qué careces
Los humanos son muy dados a ennoblecerse con rasgos o atributos que dicen poseer, pero lo cierto es que del dicho al hecho hay un buen trecho. En el caso del patriotismo, cuando alguien se atribuye esta virtud con demasiado énfasis y de forma reiterada, es muy posible que se trate de un falso patriota.
En España, en pleno confinamiento, asistimos a diversas protestas donde miles de abanderados clamaban libertar y exigían la dimisión del presidente Sánchez. Los medios informativos y las formaciones políticas (todas menos VOX) tildaron de irresponsables a los manifestantes, que desoyendo a las autoridades se congregaron sin respetar la distancia de seguridad.
En una de aquellas protestas, me fijé en un repeinado individuo que lucía la bandera española a modo de capa. Henchido de patriotismo y con aires chulescos, libraba a sus compatriotas de los enemigos de la nación a base de improperios, eslóganes, vítores y bravuconas pantomimas.
El citado personaje me inspiró la historia que estás a punto de leer…
El relato corto de hoy, se titula:

—Buenos días.
—Buenos días, señora. Dígame.
—¿Les quedan patriotas?
—Acabamos de recibir un pedido.
—Estupendo. Deme uno.
—¿Con o sin mascarilla?
—No sé. ¿Usted qué me recomienda?
—Es posible que la use, pero no guardará la distancia social y se la quitará cuando le dé la gana. Los buenos patriotas, los de verdad, no reciben instrucciones de un Gobierno radical de traidores a la bandera.
—Entonces deme uno sin mascarilla.
—¿Se lo envuelvo en papel de bandera nacional?
—No, gracias, es para mí.
—¿Lo pondrá en el mueble de la tele?
—Exacto.
—¿Necesita algún complemento?
—No, gracias, tengo un toro de lidia y una bailarina flamenca.
—Estupendo, señora, su patriota lucirá una espléndida sonrisa. Necesito que me dé sus datos para el chip identificativo.
—Por supuesto.
Felisa cumplimentó la ficha, efectuó el pago y se marchó encantada de la vida. Estaba tan entusiasmada que se olvidó de las rosquillas del desayuno. Las compraba en la pastelería del barrio, pero solo tenía pensamientos para su patriota y, nada más llegar a casa, lo ubicó en la balda de encima de la tele, entre el toro y la bailarina.
Puso una canción de Manolo Escobar, Viva España, y estuvo un largo rato contemplando al muñeco desde diversas perspectivas y sin parar de sonreír. Ahí estaba su patriota, con la bandera a modo de capa y el cabello engominado, teñido de Just For Men y repeinado para atrás. Polo rosa (era un patriota moderno), vaqueros azules y náuticos de piel color marrón oscuro. Incapaz de contenerse, Felisa telefoneó a su amiga Concha y fue directa al grano:
—Adivina lo que me acabo de comprar.
Concha tenía su patriota, desde hace años, en el mueble del salón. Felicitó a su amiga por la adquisición del muñeco y le aclaró algunas dudas sobre el funcionamiento del mismo. Por lo demás, el día transcurrió sin que el patriota diera síntomas de vida y Felisa se fue a dormir un tanto decepcionada, aunque Concha le había advertido de que a veces, los muñecos patriotas, tardaban días en activarse.
A la mañana siguiente, un cántico ferviente despertó a Felisa, que se levantó emocionada, se puso la bata y corrió hacia el salón como una chiquilla en la mañana de Reyes.
Los rayos solares que se colaban por el ventanal habían despabilado al patriota, que entonaba el Cara al sol entre el toro y la bailarina. Felisa, sonriente, escuchó el himno franquista con un movimiento acompasado de índices, cuello y cabeza.
Al concluir el numerito, el patriota sacó pecho y Felisa aplaudió conmovida.
—¡Libertad —clamó el patriota—, libertad, libertad…!
La bailarina flamenca, indignada, pensó en la incoherencia de que un nostálgico del régimen franquista exigiera libertad. Le hubiera cantado las cuarenta, pero carecía de la facultad del habla. En una pose eterna, estaba recluida en su cuerpo plastificado y solo podía lamentarse del deplorable sujeto al que tendría que tolerar a partir de ahora.
El toro de lidia, al otro lado de la estantería, no quitaba ojo a la bandera nacional. Mosqueado, sentía la impotencia de no poder arremeter contra el nuevo inquilino, que lo tentaba con el capote de franjas rojas que colgaba de sus hombros.
Felisa, como todas las mañanas, se armó de trapos, bayetas y productos de limpieza. Primero se ocupaba del ventanal, pero rompió el orden inalterable de su eterno zafarrancho y se dispuso a frotar al muñeco abanderado.
—¡Ni se te ocurra! —protestó el patriota.
—Solo quiero limpiarte —aclaró Felisa.
—¡Limpiate tú, si te apetece! ¿Te has leído el manual del fabricante?
Felisa negó con la cabeza.
—Es que tiene la letra muy chica —se excusó—, y no a quién lo entienda. Pero mi amiga Concha tiene un patriota y me dijo que…
—¿Te dijo que nos ocupamos de nuestra higiene personal? ¡Nones como jamones!
—No te enfades, patriota mío, no volverá a pasar.
—Eso espero.
—Te lo prometo, pediré a Concha que me lo explique todo.
—Por cierto, ¿tu amiga Concha no estará de buen ver? ¿O es como tú?
Felisa no dijo nada. Un sentimiento opuesto al entusiasmo con el que había amanecido la llevo de vuelta a la habitación, donde se encerró a llorar.
Pasado el berrinche, se recompuso en el cuarto de baño y regresó al salón. Qué sorpresa más grande, encontró al patriota con un ramo de rosas y una caja de bombones, ambos diminutos pero de un valor inmenso para Felisa, que está vez lloró de alegría y recibió las ofrendas enjugándose las lágrimas.
—No me lo tengas en cuenta, mujer —se disculpó el patriota—. Soy un poco brusco pero tengo un gran corazón.
—Ya lo sé, patriota mío.
—En cuanto abran los restaurantes te saco a cenar. ¿Te apetece?
—¿A cenar? ¡Claro que me apetece! ¡Qué ilusión más grande!
Felisa, sobreexcitada, cogió al patriota con ambas manos, lo condujo hasta su pecho y giró varias veces sobre sí misma.
—¡Bueno, bueno, mujer, deja de darme vueltas que me mareo!
—¡Uy, perdón! —Felisa depositó en la estantería al Salvapatrias (sobrenombre del muñeco patriota) y se apresuró en llamar a su amiga Concha.
Desde entonces departieron, casi todos los días, acerca de los defectos y virtudes de sus respectivos patriotas. Esto fue lo que trataron, por poner un ejemplo, en la decimosegunda conversación telefónica:
—El mío siente devoción por las Fuerzas Armadas —aseveró Concha con orgulloso tono—. Sobre todo por la Legión, en el desfile de la Hispanidad le ruedan las lágrimas por las mejillas.
—Normal, hija, es un patriota como Dios manda. El mío también ensalza a la Legión pero adora a la Guardia Civil sobre todas las cosas. No veas como…
—Qué me vas a contar —interrumpió Concha—, el mío es un fanático de la Guardia Civil. A los municipales, sin embargo, les tolera a regañadientes…
—Igualito que el mío —Felisa recuperó la palabra—, les guarda cierta inquina por unas multas de tráfico «mal puestas», según dice, aunque no me extraña que se las pongan porque aparca donde le sale de los mismísimos, y…
—Y ¿qué me dices de los Mozos de Escuadra? —interrumpió de nuevo Concha—. El mío no quiere verlos ni en pintura. No sé qué le habrán hecho, cada vez que salen por la tele se le hinchan las venas del cuello y…
—Al mío le pasa lo mismo —intervino Felisa—, se pone enfermo. ¡Qué obsesión tienen estos hombres con los Mozos de Escuadra!
Se pasaban las horas muertas al teléfono. Los patriotas, mientras tanto, veían el Canal 13 y en ocasiones la Sexta y gritaban al televisor con feroces semblantes. «¡Qué barbaridades dicen estos hombres!», se quejaban al teléfono sus respectivas propietarias, asustadas por los discursos golpistas y los fusilamientos en masa que, según ellos, limpiarían el país de maricones, comunistas y otros enemigos de la bandera.
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29 junio, 2020
Buenas caracterizaciones, inmejorables diálogos. Todo ello evoca escenas sórdidas pero cotidianas que son dignas de Cine de Barrio. El muñeco facha no deja de ser eso mismo, un muñeco parlanchín. Intereconomia y 13tv, los nuevos adalides de la libertad. Lobotomizado, programado, repite el discurso patrio como cuando en el cole repetía las tablas de multiplicar o los ríos de España. O las preposiciones. Tiene voz y voto, pero solo eso. Y nosotros solo podemos decir: Antes… todo eso era (hipo)campo. Sigamos con la siguiente parte…
29 junio, 2020
Muchas gracias, Hana. Esa mención de Cine de barrio sería celebrada por Felisa, que gracias a este espacio se toma un descanso de la malicia salpicamierdas de Telecinco para disfrutar de una inocente comedia familiar. Me has dejado intrigado con lo del (hipo)campo, pero al menos pregunto cuando no entiendo algo, no soy como el muñeco del relato, que pasa por la vida sin enterarse de nada y encima quiere imponer el discurso patrio que le grabaron en la cabeza. Con los progres ocurre tres cuartos de los mismo; su dogma no apesta a rancio, pero se inserta en los cerebros con la misma facilidad.
29 junio, 2020
Hay una frase muy típica que se puso de moda en FB hace unos años, al menos cuando yo tenía, que era: Antes todo esto era campo. Que se supone que es lo que dicen los gañanes en los pueblos. Y entonces se puso de moda cambiar lo de «campo» por otras cosas… Y una de ellas era esa, «antes todo eso era hipo-campo». O sea, cerebro, que es el que les falta (a los fachas, no a los gañanes, a no ser que sean fachas gañanes claro).
29 junio, 2020
Jajaja, muchas gracias por ilustrarme con tan suculenta explicación. Un abrazo, Hana.
29 junio, 2020
Bueno, bueno, aun pareciendo una historia de cómic, estos personajes existen, y más de lo que imaginamos. Sin ir más lejos, conocí un sujeto para el que tenía que hacer un trabajo. Su empresa estaba empapelada de banderas de… España!!!, amén de otros souvenirs patrios rojigualdos personales; pulserita, banderín en el Mercedes de a kilómetro, mascarilla que fusionaba el escudo del Real Madrid con la bandera, llavero asomando por el bosillo… Un cuadro, el hombre. Patriota por los cuatro costaos!! ¿Y qué me dice cuando le doy el presupuesto? Que se me puede pagar en negrorrrr!!! Esos son lo buenos patriotas, querido Eugercio. Arriba España!!! Pero para arrimar el hombro, que no cuenten conmigo. Excepcional el relato.
29 junio, 2020
Muchas gracias por tu desgarrador testimonio, Camueso; me sirve para otorgar más realismo, si cabe, al personaje que retraté en esta parodia de rancias costumbres, símbolos, ideales y prácticas delictivas que debemos sepultar para el bien de la nación. Aunque, no será fácil, ya vimos lo que costó enterrar al dictador en el lugar donde merece estar.
27 junio, 2020
Simplemente genial Javier. Me has mantenido toda esta parte del relato con una sonrisa agridulce en el rostro (dulce porque es una explosión de creatividad y agria porque por desgracia muestra una realidad que comienza a ser preocupante. Ya elinicio sorprende con ese diálogo chispeante y desde ese momento te agarra y no te suelta hasta llegar a ese continuará que me mantendrá atento durante todo el día de hoy para poder leer la continuación. Enhorabuena porque es una de las mejores críticas que he leído en mucho tiempo: satírica, mordaz, afilada y sin pelos en la lengua. Un abrazo grande.
27 junio, 2020
Te agradezco el elogioso comentario, Fernando; la intención era esa, retratar a los patriotas de corte cavernario, esas alimañas advenedizas que se llenan la boca de bandera, y los bolsillos en cuanto tienen ocasión de saquear las arcas del Estado. Sin decencia, sin escrúpulos, con un grado de psicopatía cada vez más preocupante, como bien dices. Veremos lo que ocurre en la segunda parte…
27 junio, 2020
Me ha encantado tu relato, Javier. Que bien retratado el falso patriota. En estos días se han visto demasiados.
27 junio, 2020
Cierto, Mariángeles, a los falsos patriotas no les interesa el bienestar de su nación, sino el gobierno de la misma para sus propios intereses. El Coronavirus es una excelente ocasión de hacerse con las riendas a base de crispación y constante torpedeo. Así hacen patria los falsos patriotas.