
Ficción Literaria quiere sumarse al espíritu navideño con el presente relato doble, pero lo hará a su manera. Nochebuena y mala vida es una historia de perdedores, rateros y chiflados que arman el belén y la de Dios es Cristo.
Primero la introducción…
Tiempo estimado de lectura: 8min
¿Por qué los humanos son proclives a los ritos y tradiciones?
El ser humano es un animal de costumbres, no descubro nada nuevo. En cada país, raza, étnia, pueblo o religión se decretan festividades que los humanos celebran con mayor o menor entusiasmo. Están habituados a ello.
Desde que nacen, los hombres y mujeres se empapan de la cultura que moldea su mundo conceptual. Reciben, por tanto, la transmisión de unos conocimientos que para la inmensa mayoría constituyen la Verdad.
Las religiones, amparadas en los libros sagrados, han transmitido durante siglos sus verdades irrefutables y en Occidente, como fruto de esta labor, el 25 de diciembre se celebra el nacimiento del Mesías.
Para los auténticos católicos, la Navidad es el acontecimiento más relevante y sagrado del año. Para el resto, la excusa perfecta para entregarse con desenfreno a los pecados capitales.
Nochebuena y mala vida es un relato navideño, pero no tiene nada que ver con esta normalidad de hábitos consumistas y liturgias religiosas (extraña combinación). Es una historia de personajes invisibles que empiezan a materializarse desde… ¡ya!
El relato corto de hoy, se titula:

Sobre sus cabezas, las estrellas fulguraban rebosantes de energía, pero no habían presenciado en su vida una noche estrellada. Se lo impedía una densa boina de gases contaminantes. Las penas y alegrías de ambos estaban circunscritas en la urbe que les vio nacer y les vería morir.
Sus abuelos, sin embargo, en los tiempos en los que iban y venían en alegre y bulliciosa comparsa de carretas itinerantes, hubieran echado en falta a las estrellas al declararse la noche. Sin tener pajolera idea de luminotecnia o de emisiones de carbono, hubieran suspendido sus ritos ancestrales de cantos, palmas y guitarras para contemplar el firmamento con gesto preocupado.
Con el correr de los tiempos, el pueblo romaní finiquitó su errabunda existencia para establecerse donde los payos consintieron y como buenamente pudieron, de manera que en nuestros días, extinguido el nomadismo de sus abuelos, a los hermanos Alderrama les importaba un comino que la citada luminotecnia o los gases contaminantes les impidieran ver el cielo de aquella gélida Nochebuena.
Otros quehaceres más punibles reclamaban su atención y se empleaban con diligencia según lo planeado. La escasez de luz artificial se aliaba con ellos en el estratégico esquinazo donde habían aparcado el vehículo de sus amores, un estridente armatoste al que llamaban «Fumata negra» por los tiznados y excesivos arrojos del escape.
Intercambiando bisbiseos, terminaban de cargar la mercancía recién sustraída cuando uno de ellos, al percatarse de que alguien se acercaba, dio la voz de alarma:
—¡Mira, tano!
El de mayor raciocinio de los dos, se giró sobresaltado y puso cara de sorpresa.
—¡El papa! —exclamó con sigilo.
—Cómo va a ser el paaapa—objetó su compañero de fatigas—, si está en la barriá con la Merche y los churumbeeeles.
—¡Es que estás gili, que no digo nuestro paaapa!
—Entonces quién, compai, ¿el Sumo Pontiiifo?
—¡Bueno, el del Vaticano vaser! —gruñó el cabecilla de la operación, aguantándose las ganas de arrear una colleja a su hermano—. ¡Endebé, mi arma, es que no estás viendo que es el Papa Nuez!
—¡Anda la Viiirgen, es verdá, si es el Santa Clooo!
—¡La de veces que te habré dicho que te pongas unos luuupos! ¡Tienes la vista más chunga que el jumento del tío Celerino!
Sin atender a la reprimenda, el menor de los Alderrama se atusó las greñas leoninas y alzó la barbilla hacia Santa.
—¿Qué se le habrá perdio —preguntó— a este lilailo por aquí?
—Pero vamos a ver, arma mandril, esta noche es Nochebuena y mañana Navidad. Este lilailo es el payo filandés que reparte los regaaalos.
—Pobrecillo. Es un currante, como nusotros. —El pequeño de los Alderrama observó a Papá Noel con gesto compasivo—. Pos siendo tan mayor y con tanto biruji, en vez de hacer el gamba por ahí tendría que estar arrimao al braseeero, digo yo. ¡Mira, compai —añadió preocupado—, va derechito a la garita que acabamos de limpiaaar!
El mandamás verificó las palabras de su estólido hermano.
—Al piro vampiro —ordenó—, no vaya a ser que nos den por el bul…
—… de Estambul. —Dicho esto, el gitano subalterno cerró el portón de la fregoneta y ocupó el asiento del copiloto. Su hermano se puso al volante. Estaban listos para largarse de aquel periférico barrio de nueva construcción.
Las calles estaban desiertas. La mitad de los adosados suspiraban por la ausencia de inquilinos. Los demás, aun bendecidos por el calor humano, experimentaban por vez primera el éxodo navideño. Santa Claus había aparcado el trineo al comienzo de la urba y, jadeante, llegaba al otro extremo con el saco mágico a cuestas.
—¡Se piensan que soy una mula de carga! —refunfuñaba—. ¡Cuándo van a buscarme un sustituto, por el amor de Dios, que ya no estoy para estos trotes! ¡La explotación laboral, el frío incrustado en los huesos y el estrés al que estoy sometido acabarán conmigo!
Acercándose a la última casa, reparó en la precaria iluminación de aquel extremo de la urba. Levantó la cabeza. Las dos últimas farolas estaban rotas. Jamás hubiera sospechado que un par de chaborrillos, armados con tirachinas, se habían pasado por allí esa misma tarde para ocuparse de cierto encargo.
La cancela exterior de la vivienda estaba abierta de par en par. Le pareció extraño, pero lo realmente insólito fue la irrupción de una furgoneta que apareció de la nada haciendo rueda. Envuelta en una espesa y negruzca humareda, se alejó como un fantasma motorizado.
Con el susto en el cuerpo, permaneció unos segundos estático, pero las pérdidas de tiempo eran un lujo que no podía permitirse. Comprobó que el adosado no disponía de chimenea y se dirigió a la entrada principal. Reconcentrado, se detuvo ante la puerta con la idea de traspasarla, pero, al intentarlo, se dio de bruces contra ella.
—¡Maldita sea! ¡Lo que me faltaba!
Estaba tan fatigado que no le quedaba energía para transformarse en cortina de humo, truco al que recurría para colarse en las casas por la chimenea (cuando la había), por la puerta principal o por alguna ventana.
—¡Tendré que forzar la puerta! —se lamentó.
Pero se había dejado los aparejos en el trineo, debajo del asiento del conductor y le volvió la rabieta:
—¡Por los clavos de Cristo, menuda nochecita!
Por si acaso, miró debajo del felpudo pero no hubo suerte y, por ahorrarse el viaje al trineo, se encaminó hacia la ventana que juzgó más accesible, que según sus cálculos estaba a cuatro metros del suelo.
Santa Claus, resignado al bajón de la vejez, soportaba los rigores de la Nochebuena con la ingesta de ginseng siberiano, levadura de cerveza y jalea real. Pero con tanto trajín, los suplementos energéticos eran insuficientes. A veces se quedaba sin fuerzas, y, hasta recobrarlas, era incapaz de transformarse en beatífico humo.
Apartando sus pesares, Santa miró hacia arriba con talante escrutador. Para su sorpresa, la ventana que debía alcanzar estaba ligeramente entreabierta. «Adelante», se dijo.
Por enésima vez, se veía en la obligación de trepar a riesgo de caerse o de ser descubierto. Trataba de contenerse, pero estaba hasta el gorro y su enfado prorrumpía a borbotones en forma de lamentos:
—¡Qué bochorno más grande! ¡Qué ignominia! ¡Yo, una inminencia a la altura de pontífices y monarcas, un bienhechor de la humanidad!
Agarró con firmeza el canalón e inició el ascenso. Las fachadas de ladrillo visto le daban mala espina. En un escenario similar, fue sorprendido trepando cual simio achacoso y sufrió todo tipo de vilipendias y humillaciones.
—¡Si cojo a esos canallas! —murmuró.
Los mismos desaprensivos que lo grabaron, subieron el vídeo al condenado Facebook y desde entonces se había puesto de moda el urticante espantajo, replica suya, que la gente colgaba en las fachadas, balcones o ventanas de sus viviendas.
Qué vil atropello. Qué flaca justicia le hacían con aquel burdo colgajo made in china que parodiaba, bufonesco, su penosa decadencia. Así le pagaban los estoicos esfuerzos que hacía para que los niños y mayores de Occidente recibieran sus regalos navideños.
Con el saco mágico a cuestas, alcanzó su objetivo. Aferrándose al alféizar, empujó la ventana y terminó de abrirla. Entonces comprobó que la persiana, además de semiabierta, estaba un tanto combada, como si la hubieran forzado. Todo aquello resultaba muy extraño, pero el tiempo apremiaba.
A duras penas, amoldó el saco mágico y lo introdujo en la vivienda. Estimó que había hueco suficiente para su orondo cuerpo y trató de conseguirlo. Sin embargo, penosamente enfrentado a las leyes de la gravedad, bregó como un cetáceo hasta quedar aprisionado.
Bocabajo, y con ambas piernas colgando —la derecha por dentro y la izquierda por fuera—, quedó encajado entre el marco inferior y la curva de la persiana.
Le costaba respirar y empezó a maldecir como un poseso, pero entendió que su actitud empeoraba la situación: su escasa energía, tenía que invertirla en liberarse. Lo intentó, pero sus movimientos de cachalote barbudo tan solo liberaron ciertos gases malolientes que no soportaron la presión.
Nada, ni para un lado ni para el otro, comprendió que estaba atrapado en aquel deshonroso cepo. Pensó en pedir auxilio, pero enseguida desestimó la peregrina idea. Si alguien lo descubría en tales circunstancias, decenas de millones de reproducciones lo convertirían en el fenómeno viral más celebrado del endiablado YouTube.
Ni hablar, no podía correr semejante riesgo, aunque el marco inferior de la ventana se le clavará en el pecho. Si tenía que elegir entre aire y dignidad, se decantaba por la segunda opción.
El último intento de liberarse le sumió en la frustración. Arreciaba el frío. Tanto las barbas como las ideas, se le congelaban. Con el cuerpo entumecido, escuchó el motor de un automóvil. La fuente del sonido se acercaba a su posición, sin duda. Con el flujo adrenalínico reactivado, se desahogó:
—¡Por fin, Dios mío, gracias por escuchar mis plegarias!
SEGUNDA PARTE DE NOCHEBUENA Y MALA VIDA
Recursos gráficos de pngtree y pixabay
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31 diciembre, 2020
Divertido, original, un punto de vista distinto. Mantiene el interés hasta el final. Estoy deseando leer la continuación. ¡Un estupendo relato!
1 enero, 2021
Gracias, Estrella, el enlace de la continuación está al final del relato. Tienes que clicar donde dice SEGUNDA PARTE. ¡No te lo pierdas! Un abrazo.
31 diciembre, 2020
Maravilloso. Torpe y enojoso Santa jajaja. Quiero mi final, de regalito de… ¿Reyes, tal vez? ¿Baltazar, lo irá a rescatar del bochorno? Él se encontraba en un hostel, con la Reina de Belleza de Uganda, esperando el seis de enero para hacer el mismo recorrido que Papá Noel, pero con sus amigotes Melchor y Gaspar.
Besos y gracias. Felices fiestas.
1 enero, 2021
Gracias ti, Patricia, por tu divertido comentario. No estaría nada mal escribir esa versión que propones con los Reyes Magos de protagonistas. La continuación del relato está al final del mismo. Tienes que clicar donde dice SEGUNDA PARTE.