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Relato: Bukowski y Mugreman

También estoy por aquí…

Los amantes del realismo sucio están de enhorabuena con Bukowski y Mugreman.

Tiempo estimado de lectura: 7min.

Me divierte mucho escribir realismo sucio. Es uno de mis registros preferidos y tiene reservada una parcela en el PROYECTO BACANAL, el libro de relatos que espero publicar en un futuro. También habrá relatos existencialistas, sátiras, parodias y relatos oscuros.

Como ya dije en anteriores entradas, publicaré fragmentos (entre 1000 y 1300 palabras) de los textos candidatos a figurar en el libro. Ahora es el turno de Bukowski y Mugreman, un relato que orbita en el universo narrativo de mi novela Terrorhome. Hasta aquí puedo contar…

Bukowski y Mugreman

(Realismo sucio)

Siempre me atrajeron los anormales. Tal vez porque yo también lo soy. Durante décadas, aparenté ser una pieza funcional del sistema, pero el paso y el poso de los años me ubicó en el lugar que me corresponde: la inadaptación social. Echo la vista atrás y me veo de copiloto en el buga de Robotrapo. Ignoro qué tripa se nos había roto, pero íbamos de camino al pantano Roquecroquer. Era verano, una tarde luminosa que, al parecer, invitaba a las criaturas nocturnas a aventurarse por ignotos derroteros.

En aquella estrafalaria excursión, nuestro picnic lo componían tres botellas de agua y unos cogollos de marihuana. Y para de contar.

La carretera se retorcía entre montes de pinares centenarios y reclamaba la atención del piloto. No eran pocos los barrancos que amenazaban al costado izquierdo. Pero aquello no parecía preocuparle a Blacandeker, que en su afán de pitorrearse de Robotrapo no dejaba de incordiarlo desde el asiento trasero.

Aquella situación me daba mala espina y traté de evitarlo, pero Robotrapo montó en cólera y, con rabia canina, empezó a sacudir autómatas puñetazos contra el techo de su bólido, un flamante Ford Fiesta adaptado para la conducción manual.

Robotrapo estaba fuera de control y su cuerpo temblaba de furia y sus brazo de marioneta se agitaban en el aire y sus ojos lanzaban miradas psicóticas que, reflejadas en el retrovisor central, amenazaban de muerte a Blacandeker, cuyas risas descerebradas alimentaban la sinrazón de Robotrapo, que gruñía como un poseso mientras el bólido oscilaba kamikaze de un carril a otro.

Yo, desesperado, suplicaba a Robotrapo que se calmase y, con la mano izquierda, trataba de corregir la trayectoria homicida del endiablado Ford Fiesta, que, sin un juicio cabal que lo gobernase, celebraba a tumba abierta nuestro inminente funeral.

Sobrevivimos, y, para celebrarlo, estuve a punto de bajarme del buga y regresar al pueblo haciendo autostop, pero acabé en el pantano Roquecroquer y me fumé varios canutos con aquel par de lunáticos.

Fue la primera vez que me cuestioné si estaba bien de la cabeza. ¿Qué necesidad tenía de juntarme con la morralla de la Baja Maraña? Repasaba mentalmente mi grupo de amistades y no se salvaba ninguno. Componíamos la jodida parada de los monstruos. Sin embargo, encontraba un extraño placer y una clase de júbilo que solo podía experimentar entre los deformados físicos e intelectuales, excretados de toda clase y condición que arrastraban sus taras por la vida componiendo un variopinto mosaico cuyo magnetismo me atraía con la fuerza de uno de esos electroimanes que emplean en los desguaces para trasladar la chatarra siniestrada.

El electroimán nos depositó en la orillas del Roquecroquer y nos dedicamos a pasarnos canutos y a decir chorradas, hasta que el calor nos obligó a quitarnos las camisetas.

La plenitud solar iluminó nuestros pálidos y endebles torsos. En el de Robotrapo, entre el mustio cabello pectoral, divisé unas manchas oscuras. Aquello parecía el mapamundi de un planeta desconocido. La parte superior del torso era un océano lechoso y las extrañas manchas la tierra firme.

—¡Qué demonios es eso! —exclamé apuntando con el dedo.

Blacandeker y Robotrapo repararon en el mapamundi y se hizo el silencio.

—Hazte así —le dije, animándole a que rascara la superficie continental con la uña del índice.

Robotrapo volvió a mirarse el pecho, pero ignoró mi petición.

—No es nada —reaccionó avergonzado.

Acababa de delatarse, la única explicación racional a la existencia de aquellas manchas nos hizo prorrumpir en sonoras carcajadas que el propio Robotrapo celebró. No se imaginaba que, desde aquel hilarante suceso, tendría que cargar para siempre con un segundo apodo: Mugreman.

Su pecho era un nido de roña y, mientras le dábamos al canuto y nos tronchábamos de risa, localizamos otras manchas parecidas en los pliegues mugrientos de sus brazos y piernas. Mugreman se dejaba inspeccionar y trataba de justificarse. Echaba la culpa a la finca de su viejo y a la siembra de la patata.

—¿Cuánto llevas sin bañarte? —le pregunté.

Hizo memoria, pero fue incapaz de concretar una fecha. Se encogió de hombros, puso cara de cordero destetado y se excusó una vez más:

—Me cuesta mucho trabajo meterme en la bañera.

Desde el accidente, la movilidad de Robotrapo dejaba mucho que desear, pero, con un poco de esfuerzo, podía introducirse en la bañera para restregarse la mugre. O si no en la pila o en un barreño, no había justificante para aquella pocilga epidérmica.

—¿Qué pretendes, montar un criadero de roña? —se burló Blacandeker—. ¡Eres una cochina puerca!

Así empezó la leyenda de Mugreman.

Mis inquietudes me alejaron de la Baja Maraña y me sentí liberado. Dejaron de importarme los torrentes de mierda subterránea, esos flujos perennes de rumores y habladurías que componen la urdimbre del tejido social marañero. En el año 2000, con el impulso del nuevo siglo, extraje mis raíces de la tierra de mis ancestros y me asenté en Megaurbe, fuera del alcance de los paisanos cuya religión les prohíbe rebasar las fronteras de la comarca.

A cierta clase de marañeros, cuando se alejan más de la cuenta de los límites comarcales, la presión atmosférica les quema la piel y les brotan salpullidos y, en los casos más graves, les explota la cabeza y regresan angustiados al torrente de ponzoña que los nutre y consume a la vez.

En la Baja Maraña, la lengua oficial es la hipocresía y la moneda de curso legal, la puñalada trapera. Se juntan, se evitan, intercambian saludos, se ven las caras, se ignoran, se toleran, tragan y defecan, y las heces se incorporan al flujo subterráneo que riega la tierra a la que están enraizados.

Mis primeros relatos dignos de elogio, los escribí en Megaurbe, en un tugurio de mala muerte cuyo alquiler me costaba un riñón. Allí empezó a forjarse la leyenda del Bukowski de la Baja Maraña. Lo intuí desde el principio, pero tardé cuatro años en comprender lo aberrante que resulta vivir en una gran ciudad.

En los albores de mi epopeya, me sumé al sinsentido de los megaurbeños con la esperanza de labrarme un destino prometedor. Ya ves tú, qué tiene que ver la velocidad con el tocino. Qué relación guardaba mi inclinación por las letras con un trabajo de comercial en Círculo de Lectores. Fue mi primer empleo en Megaurbe, iba de timbre en timbre incordiando al personal con la matraca del librero ambulante.

Hablar de libros me interesaba, pero cobraba por captar socios a puerta fría y, para dormir bajo techo y comer caliente, me esforcé en desarrollar mis dotes de persuasión hasta que mi ego dijo basta. En Megaurbe, los torrentes de mierda son balazos en el pecho que se disparan sin miramiento alguno. Desde arriba nos incitaban a exprimir a los socios que caían en el trasmallo, las ventas importaban más que el producto y que la propia satisfacción del cliente. El resultado: portazos en las narices y malas contestaciones.

Asqueado, renuncié a ser comercial y rulé por Megaurbe con las manos en los bolsillos y la cabeza gacha, de trabajo a trabajo y padezco porque me toca, pobre diablo de suelas desgastadas que se arropaba en la multitud en su periplo por el desierto de asfalto, ladrillo y hormigón.

En mi intento de emular a Charles Bukowski, los empleos indeseables desfilaban por mi vida al mismo ritmo que los rechazos editoriales. En la comarca, mis textos del diablo salpicados de bilis despertaban emociones extremas, odios y admiraciones que dividían a los paisanos en detractores y admiradores del Bukowski de la Baja Maraña. Los detractores ganaban por goleada.

En el tugurio donde dormía y trataba de respirar, me visitaron algunos miembros de la parada de los monstruos. El primero fue Blacandeker (no tuvo piedad: me abrasó la oreja y sus salivazos de ácido clorhídrico me taladraron el cutis), luego me visitó Beltrán Cabezudo (angustiado por unas cartas que recibía llenas de insultos y amenazas de muerte: sospechaba de Aquiles Entrecoz) y por último llegó Mugreman.

Fui a esperarlo a la estación. Bajó las escaleras del bus a la buena de Dios y caminó hacía mí. Lanzaba pasos que aterrizaban como torpedos de chicle y así sucesivamente, componiendo unos andares de garza tiesa y destartalada que algún desaprensivo tradujo al castellano endilgándole el mote de Robotrapo.

Los apodos más brillantes son conjunciones de mala leche y agudeza mental.

—Qué pasa, Bukowski —me dijo.

Me alegró escuchar su maltrecha voz y nos dimos un abrazo. Lo encontré desmejorado, pero conservaba el buen humor. Sí hubiera sabido lo que me esperaba, lo hubiera devuelto a la Baja Maraña de una patada en el trasero.

CONTINUARÁ…

Recursos gráficos de pngtree y pixabay.

¿Qué te pareció Bukowski y Mugreman? ¿Te gustaría que lo publicara completo en mi próximo libro?

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10 Comentarios

  1. Hana
    31 diciembre, 2020

    Sí, desde luego que me encantaría saber cómo continúa!
    Muy buenas las referencias a la Baja Maraña y Terrorhome, me ha encantado eso. Crear esas conexiones entre personajes y lugares en relatos distintos, el microcosmos que surge en torno a eso, es un recurso propio de grandes artistas y obras de culto.
    Con respecto al relato en concreto, me quedo con todo! Pero lo del mapamundi de roña me ha llegado especialmente al corazón. Eso, y posiblemente la escena del coche. Este relato incluye todo lo que me gusta en especial de tu humor y estilo. En muy bueno, tanto en las descripciones, como en los diálogos. Como siempre, muy tuyo.
    He de decir, además, y no sé si es cosa mía, que los motes de los personajes han estado resonando en mi cabeza por días: Blacandeker, Robotrapo… Esto me pasó con el anterior relato y el «roquefokin picadilly». Así que, enhorabuena, has conseguido que todas tus palabrostias y demás juegos de palabras se metan en mi cabeza como si fueran canciones!

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    1. Eugercio
      1 enero, 2021

      Es un placer, como siempre, recibirte en mi humilde morada y te agradezco el elogioso comentario. El universo Terrorhome reclamaba más espacio y yo encantado de concedérselo con estos nuevos elementos. Los nombres de los últimos relatos están teniendo mucho éxito, espero seguir inspirado en 2021. ¡Un abrazo!

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  2. Mariángeles Prat
    24 diciembre, 2020

    A mí también me encanta los nombres que les pones a tus personajes. Son geniales. La historia de tu Bukowski de la Baja Maraña engancha y te deja con ganas de más. Espero ver a este ya Mugreman en tu próximo libro.
    ¡Te felicito!

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    1. Eugercio
      24 diciembre, 2020

      Gracias, Mariángeles. Cuenta con ello, Mugreman estará en mi próximo libro y descubrirás hasta qué punto llega su fama de guarro😂. Con decirte que es el tío más cerdo de la Baja Maraña. Imagínate…

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  3. Fernando
    24 diciembre, 2020

    Voy a empezar diciéndote que quiero este relato en el libro sí, sí o sí. Ese final abierto, cliffhanger o como se diga, me ha dejado ojiplático. Me ha gustado mucho como has unido el relato al universo (o puerquiverso que creo que le pega más) de Terrorhome. A la historia le viene genial, haces guiños a la novela y a sus personajes y eso enriquece aun más tu discurso y el mundo que estás creando.

    Gustándome todo el relato ha habido una frase que, en concreto, me ha encantado: «En la Baja Maraña, la lengua oficial es la hipocresía y la moneda de curso legal, la puñalada trapera». Dices tanto con esta frase que es hasta complicado asimilarlo: defines al personaje con su mirada irónica e imaginativa, al pueblo con sus costumbres arcaicas,… Vamos una frase genial con la que construir una muy buena historia.

    Estaré esperando esa continuación para leerla y solo me queda darte la enhorabuena por este relato tan lleno de matices. Un fuerte abrazo.

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    1. Eugercio
      24 diciembre, 2020

      «Puerquiverso» me mató de la risa😂. Totalmente, el relato encaja en Terrorhome como anillo (engrasado con manteca de cerdo) al dedo. En la segunda parte de Terrorhome incluiré a Mugreman, a Blacandeker y al Bukowski de la Baja Maraña. De momento concluiré este relato (estoy trabajando en la ampliación) y ya veremos, puede que me anime con nuevos hilos argumentales del puerquiverso, o al menos con otros relatos de Mugreman y cia. Me alegra que degustaras las entretelas del relato y te adelanto que la continuación es de traca, otra vuelta de tuerca a la ponzoña del puerquiverso😂.

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  4. Charo Pérez
    23 diciembre, 2020

    Lo primero decirte que me han resultado divertidos los nombres de tus personajes. Me he reído al leerlos. ¿De donde los sacas? 🤔🤔 Es curioso…

    En cuanto al resto, describes muy bien un mundo muy oscuro, lleno de falsedades e inquietudes, de lo más primitivo… No había leído hasta ahora nada parecido, y me ha sorprendido gratamente.

    Yo, sin ninguna duda, lo adjudicaría para tu libro. Ánimo y adelante.

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    1. Eugercio
      23 diciembre, 2020

      Bien, un voto positivo para Bukowski y Mugreman. En esta clase de relatos, Los nombres de mis personajes los construyo con juegos de palabras que caricaturicen a los propios personajes, para volverlos más grotescos si cabe. En este caso, cito dos personajes de mi novela Terrorhome (Aquiles Entrecoz y Beltrán Cabezudo). La novela también transcurre en la Baja Maraña y tengo provisto completar una trilogía en la que pienso incluir a los personajes de este relato, que podría considerarse un spin-off de Terrohome. Menudo rollo que acabo de soltarte. El caso es que Terrorhome está teniendo muy buena crítica y los lectores coinciden en que es algo diferente, lo mismo que opinaste al leer este relato. Se nota que son primos hermanos. Muchas gracias, Charo, por tu opinión.

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      1. Charo Pérez
        24 diciembre, 2020

        Te deseo mucha suerte con tu libro. Destacar por encima del resto es la clave para que un libro funcione o no. Cruzaré los dedos 🤞🏻🤞🏻🤞🏻

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        1. Eugercio
          24 diciembre, 2020

          Muchas gracias, Charo, me uno a ese cruce de dedos. El problema de los autores independientes es que, además de destacar, tenemos que crearnos una audiencia en el psicótico e hipersaturado mundo de las redes sociales.

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