También estoy por aquí…
Hace poco, mi amigo Dantesco me envió un videoclip navideño que me dio mucho que pensar. Debatiéndome entre la nausea, el asombro y el análisis detallado, concebí la trama de Happy happy mis cojones, un cuento de navidad que carga contra el consumismo, la hipocresía y la estupidez colectiva que nos azota.
Desde la sátira, por supuesto, mi método preferido para demoler fachadas.
Tiempo estimado de lectura: 6-7min.
La canción que me inspiró el relato es apoteósica en el peor de los sentidos. Parece inofensiva, pero es un insulto a la inteligencia, una oda al vómito, una aberración, un chiste de mal gusto, un grotesco muestrario de esa clase de decadencia que nos conduce al abismo de la extinción. No mencionaré cuál es el título del hit ni quiénes son los intérpretes; es más divertido adivinarlo…
Happy happy mis cojones
(Cuento de Navidad)
El día de Navidad, nos estábamos comiendo con patatas una guardia y veíamos la tele en la sala de recreo. La estúpida máquina de sándwiches, snacks y bollería industrial se había pitorreado de mí y los compañeros lo celebraban por todo lo alto. Un consejo: antes de pulsar el botón de una máquina expendedora, asegúrate de que el producto correspondiente no esté agotado; al parecer, el estéril movimiento rotatorio de una espiral metálica resulta sumamente cómico.
Así es la vida, un gesto tan sencillo como pulsar un botón podía costarme un mote indeseable que circularía a mis espaldas por culpa de algún capullo. Recé para que la maldita coordenada D5 se disipara en el olvido. De lo contrario: «Ayer me topé con D5 en el centro comercial»; «D5 se ha comprado un coche nuevo»; «pregúntaselo a D5»…
Así de hijos de puta somos.
—Happy, happy, Meeeery Chrismas, happy, happy new year…
En la tele, Milena Caray se contoneaba con un disfraz de Mamá Noel. La eterna sex symbol, fiel a su cita con la pasta gansa, volvía a resucitar en Navidad para sacarse un nuevo hit de la entrepierna.
Su rojo atuendo de terciopelo, orlado de mullido algodón, levantaba pasiones con sus minúsculas medidas: escotazo, minifalda, gorrito estiloso y taconazos imposibles que realzaban las curvas del tren inferior.
Del superior se encargaba la silicona y, para que la diva brillase con todo su esplendor, esteticistas, cirujanos y técnicos de imagen se habían ocupado del resto.
—Happy, happy, all toghether forever. Happy, happy, joy and happiness…
—Ya está dando la murga esa pedorra —protesta Jota Jota Cachuelo.
—No te metas con la Caray —Toni Carlino sale en su defensa—; canta como los ángeles y está como un tren. ¿Qué tienes en su contra?
Se enzarzan en una amigable discusión. Mientras tanto, examino los rostros ensimismados de los compañeros que me rodean. A modo de campana de Pávlov, las curvas y poses de la diva les hacen salivar y ejercen una leve presión en sus respectivas braguetas.
Los iconos de la adolescencia sobreviven al paso del tiempo y permanecen en la memoria, solo hace falta agitar la campana; del resto se ocupa la química hormonal. Los directivos de la industria televisiva conocen la naturaleza de todo esto y exprimen a sus vacas sagradas para fomentar el consumo y el happy happy mis cojones en vinagre.
En la tele aparece Yostin Bebe. El ídolo de millones de adolescentes, de punta en blanco y a la última moda, luce una sonrisa inmaculada y empuja un carro de la compra, acompañado de unos colegas happy happy que también empujan carros e imitan los gestos de la estrella del pop.
Todos hacen acopio de regalos coloridos y en sus rostros no cabe una partícula de otra cosa que no sea felicidad. Ricos, guapos y seguros de sí mismos, celebran la natividad del Señor con estúpidos bailoteos en la planta baja de un centro comercial iluminado con derroche energético y decorado con ostentosa parafernalia navideña.
—Happy, happy, in the peace world —Yostin Bebe se arranca por peteneras. El chaval vive en los mundos de Yupi—. Meeeery Chrismas, happy happy…
—Vaya un tiparraco —dice alguien por detrás.
No entiendo que ven las adolescentes en semejante pimpollo, pero lo más llamativo son las cachas y pechugas de la Caray, que recupera el primer plano para exhibirse con una pose de morritos de fresón.
—¡Está tremenda! —opina Carlino—. ¿Cuántos años tiene esta mujer?
Se inicia un debate que resuelve Google: 50 tacos. Todos coinciden en lo bien que se conserva la diva y Carlino va un paso más allá:
—Qué polvazo tiene.
Me pregunto cuántos hombres piensan lo mismo around the world. ¿1000 millones? ¿2000 millones de nabos preparados para la acción?
En las teles de medio mundo la sex symbol se contonea rodeada de compradores compulsivos (los extras happy happy del videoclip) que arramplan con los regalos de Santa; el espíritu navideño se hermana con las tarjetas de crédito en una feliz danza de… ¿sonrientes panolis?
No se me ocurre un apelativo más apropiado.
Jota Jota Cachuelo ha cerrado el pico. Sus retinas capturan el brillo de la piel bronceada de la Caray. Los senos, aupados por el top navideño, son la guinda de la muñeca sexual que Santa trajo a los muchachos que, cumpliendo con su deber, pagaron sus facturas e impuestos para dormir bajo techo y alimentar a sus proles.
Los vagabundos no pueden permitirse el lujo de encender el televisor para ver el contoneo de la Caray. Sus tarjetas de crédito son lágrimas ahogadas que se cuelan por las rendijas de los carros de la compra. ¿Pero a quién cojones le importa? Yostin y sus colegas arramplan con todo y Santa toca la campana de Wall Street.
La náusea me invade pero no digo nada. No quiero que me tilden de cenizo o de aguafiestas, prefiero agazaparme en mi puesto de observación para tomar buena nota y disfrutar, a mi manera, del happy happy Mery Christmas mis cojones en vinagre.
Carlino se levanta de la silla y se va sin abrir la boca. Otros dos compañeros, quejándose de los turnos y las guardias, abandonan la sala y nos quedamos viendo la tele Barrioverde, Cachuelo y yo.
—Carlino está verraco —comenta Barrioverde.
—Seguro que se la está cascando en el servicio —opina Jota Jota Cachuelo.
—No me extrañaría, con su mujer no tiene sexo —dice Barrioverde—. Me lo confesó en la última Bacanal.
Me sorprende la indiscreción de Barrioverde. Cachuelo le observa con malsana curiosidad y yo permanezco expectante. Sabemos que Carlino y Barrioverde son miembros de una pandilla que se reúne todos los años en un chalet alquilado para entregarse en cuerpo y alma al desenfreno. En la denominada «Bacanal», el grupo de maromos se somete a una dieta antipenurias a base de barbacoas, bebidas alcohólicas y sustancias psicoactivas.
—Carlino se va de putas —afirma Barrioverde—, pero no se lo digáis a nadie. Es por culpa de su mujer; se niega a abrirse de patas desde que tuvieron el crío.
A continuación, nos enteramos de las miserias de otros miembros de la pandilla. El Turco está amargado porque no tiene curro y le toca cuidar al bebé mientras su mujer está en la oficina. La Bestia Calva y Zambranillo no soportan la vida conyugal. Soriano tiene dos hijas, está divorciado y vive con sus padres porque apoquina manutención y media hipoteca del piso donde su ex se la chupa a un moreno en la cama de matrimonio que el propio Soriano costeó. Crispín tiene un curro de mierda y tres bocas que alimentar y no llega a fin de mes; sus suegros le echan un cable, pero tiene que aguantar lo que no está escrito. A Tarugo le consume el trabajo en el chiringuito donde lo explotan. En conclusión, todos padecen diversas jodiendas que convergen en la Bacanal y, en la última edición, Toni Carlino se entregó con desenfreno al churrasco, al gin-tonic, al éxtasis y a las trufas de marihuana.
—Mirad.
Barrioverde nos muestra su móvil. Carlino, fuera de sí, baila como un negrata empapado en crack. Otro tipo lo secunda. Entre aplausos, risotadas y comentarios jocosos, ambos entablan un duelo demencial y Carlino vence por goleada. Su esperpéntico rival lo coge de la muñeca y le alza el brazo en señal de victoria.
—¿Qué cojones haces? —La voz de Carlino nos borra la sonrisa de la cara. Ninguno lo vio llegar.
Barrioverde detiene el video y enmudece.
—¡Eres un puto soplapollas! —grita Carlino.
Ante el asombro generalizado, una bofetada a mano abierta aterriza con estrépito en el rostro paliducho de Barrioverde.
En la tele, Yostin y la Caray comparten el asiento de un ostentoso trineo navideño. El pimpollo de oro regala un perrito a la diva, que sonríe embriagada. Ambos acarician al cachorro y la gente happy happy lo celebra componiendo un arcoíris de sonrisas y regalos. El cuento de Navidad concluye con un guiño de la Caray que desemboca en un fundido a negro, el auténtico color de la condenada humanidad.
Recursos gráficos de pngtree y pixabay.
¿Qué te pareció mi cuento de Navidad? ¿Lo hablamos en los comentarios?

14 enero, 2021
Nunca decepcionas! Lo que me he podido reír… Primero los nombres que eliges para los personajes, y segundo, el contraste entre el glamour y la purpurina de la Caray con la suciedad y obscenidad de los «curriquis de barrio», con todas sus miserias y pesares, también en Navidad. Todo mi desprecio al hit, que me persigue año tras año allá en el trabajo que esté. Solo incita al consumo y a la nostalgia fácil. Te felicito por el relato y la crítica tan mordaz y ácida, que es ya distintiva tuya. Esto hará las delicias de unos cuantos «grinchs» como yo.
14 enero, 2021
Por supuesto, los «grinchs» chocan las cinco y se pitorrean con esta clase de manifiestos anticonsumonavideños. Me temo que el hit martirizó a tanta gente que cualquier ofensa que reciba, por tamaña que sea, no resarcirá lo suficiente a los agredidos y ofendidos. Quise aportar mi granito de arena en esta venganza que ni el Conde de Montecristo sería capaz de culminar en toda su dimensión. Algo es algo. Muchas gracias por tu comentario, Hana, me alegra saber que te echaste unas risas a mi salud.
11 enero, 2021
Me ha encantado tu relato, enfatiza toda la hipocresía que rodea a estas fiestas. Y además lo hace de forma desenfadada y sin tapujos. Qué bien sienta ver como se ponen los puntos sobre las íes. Yo soy muy reticente a escribir sobre la temática de eventos «porque toca hacerlo» o porque es lo que se espera. Pero tú lo has bordado, amigo.
Te seguiré leyendo.
Un abrazo,
12 enero, 2021
Sabes, Mariángeles, la hipocresía de esta fiestas se extrapola a todos los ámbitos de la sociedad y en los concursos literarios, ni te cuento. Reduje este texto a mil palabras (quedó mejor) y participé en una de estas pantomimas que seleccionan a los finalistas y ganadores acorde con la corrección política. Leí dos relatos finalistas, y su falta de enjundia y calidad literaria era tan pasmosa que cerré la web; a otra cosas mariposa. En el oficialismo literario, poner los puntos sobre las íes cotiza a la baja, pero no cambiaré mi estilo por un puñado de remilgados manejados por los hilos ramplones del statu quo sociocultural. Gracias por tu apoyo, amiga.
11 enero, 2021
¡Cómo sabes utilizar tan bien el lenguaje ácido en tus relatos, Javier! Los nombres de tus personajes siempre consiguen arrancarme una sonrisa, de tan retorcidos que son. Aunque el de Yostin y la Caray, intuyo sobre quién te has inspirado. 😜
Me ha gustado mucho tu relato antinavidades. Yo tampoco soy mucho de estas fechas. Cuando niña, sí me gustaban. Pero crecí, y la magia desapareció por completo. La Navidad y todo lo que la envuelve está tan volcado al consumismo, que ha borrado de un plumazo lo que realmente significa. En fin…
Mis felicitaciones por este relato. 👏🏻👏🏻
12 enero, 2021
Muchas gracias, Charo, procuro que los nombres de mis personajes sean jocosos, simbólicos o metafóricos para que causen algún efecto en el lector o lectora. Respecto a la Navidad, los que perdimos el gusto por ella formamos ese ejército al que tildan de aguafiestas. Que si protestamos, que si nos quejamos, que si criticamos, que si no sería mejor que nos limitáramos a comprar, tragar, festejar y sonreír. ¿Por qué? Todavía se lo preguntan. ¿Es que no ven el mundo en el que vivimos? Señor, acaba con su ceguera y te prometo recuperar el espíritu navideño. El de verdad.
8 enero, 2021
Esto sí que es un cuento de Navidad y lo demás son fantasías que no llevan a ningún lado (bueno sí, a adherirte la tarjeta de crédito con velcro a la mano y no soltarla en veinte días). Tengo que confesar que ya había adivinado la canción antes de que nombraras a su alter ego, llevo odiando ese tema casi desde antes de que se compusiera.
En cuanto al relato, me parece buenísimo. Ya no solo por la crítica a estas cantarinas tradiciones sino por cómo está escrito. Cada frase está mimada y construida al milímetro, no sobra absolutamente nada. Además los personajes son tan reales que incluso me han recordado a algún conocido mío. Los diálogos, ingeniosos y directos. El mote D5 me ha sacado una carcajada, recordando a tiempos de juegos no tan inocentes, me has tocado y hundido jajaja.
Que bonito es ver la televisión para algunos con esas sonrisas de cartón piedra cuando el resto de sus vidas se desmorona, ¿verdad? Un relato más que estupendo Javier. Te doy las gracias por este gran regalo de antiNavidad.
8 enero, 2021
Muchas gracias, Fer, te dije que aportaría mi granito de arena en la cruzada antiNavidad. Es el segundo relato antinavideño que comparto por estas fechas, pero, como el anterior lo escribí el año pasado, decidí publicar esta perla para sacudir una patada en el trasero a los merca-MerryChristmas. La canción del relato no podemos juzgarla musicalmente, no es más que una herramienta de marketing diseñada para incrustarse en el cerebro hasta empujar a las masas a los centros comerciales. Aunque, con semejante esperpento, no faltará el que se sienta empujado al suicidio. Nos toman por estúpidos, lanzan su basura sin diferenciar borregos de ovejas negras y no importa donde te escondas, Yostin y la Caray se las arreglan para encontrarte y te recuerdan lo que apesta el capitalismo. El sueño americano es un truño envuelto en papel de regalo. Sabemos que lo importante está en el interior, pero nos empeñamos en abrillantar el exterior con el barniz happy happy del embuste, la apariencia y la hipocresía. Un abrazo, amigo, feliz antiNavidad.
7 enero, 2021
Buena, muy buena la historia. Historia nada irreal, ocurren cosas como estás en cada rincón, en cada casa, sea cual sea su estrato social. Me hizo reír.
8 enero, 2021
Es verdad, Camueso, esta postal navideña es fácilmente reconocible por ambas caras. Por un lado, el happy happy Merry Christmas; por otro lado, la cruda realidad.