Hace poco comenté que Terrorhome, con un poco de suerte, podía convertirse en una novela de culto. Hana piensa lo mismo. La autora de la reseña que leerás a continuación es una asidua de este blog y me honró con el análisis de mi estreno literario. Un hermoso regalo que nunca olvidaré. ¡Mil gracias, Hana!
La reseña revela detalles de la trama y los personajes, pero se mantiene a una distancia prudencial del spoiler. Si prefieres no saber nada, te recomiendo que te olvides de esta reseña hasta después de leer Terrorhome.
Sin más, te dejo con…

La ópera prima de Javier Eugercio es una auténtica novela de culto y de lo mejor que he leído en mucho tiempo. Desde mi más tierna infancia soy una lectora voraz, y pocos libros han calado tanto en mis entrañas como este. Y es que la novela apela precisamente a eso, a las emociones, al inconsciente y a las propias vísceras.
Lo más sorprendente es que se trate de un libro autopublicado, pues no tiene nada que envidiar a muchas de las novelas auspiciadas por sellos editoriales de renombre.
En esta novela de culto, la comedia y el drama se combinan magistralmente, dando cabida tanto a escenas disparatadas como a situaciones de lo más controvertidas, pasando por monólogos internos de gran profundidad y calado existencial, que son auténticas joyas filosóficas.
Con un estilo de escritura orgánico, la historia parece salirse del propio relato y hablar por sí sola; nada sobra ni nada se echa en falta. La trama te obliga a sincronizar con sus (bio)ritmos y te sumerge en un flujo de hipnótica sugestión.
Terrorhome contiene altas dosis de humor ácido y satírico, acompañado de un estilo fresco, genuino y muy explícito. Se trata de una auténtica lluvia de cuchillos, directa y contundente, sin pretensiones, que consigue impactar (y mucho).
La novela se divide en dos partes y está narrada en primera persona. Transgresora y corrosiva, consigue que te empapes del ruralismo más chabacano y, sobre todo, del carácter mordaz del protagonista, Aquiles Entrecoz, un mantecoso torbellino que destroza todo a su paso (metafóricamente) haciendo las delicias de los aficionados a la comedia oscura.
Las andanzas de Aquiles y sus secuaces se componen de escenas grotescas, cada cual más surrealista y estrafalaria, cuya totalidad conforma un verdadero cuadro goyesco.
Terrorhome promete desde la primera línea:
«En mi pueblo, las calles huelen a gorrino y están infestadas de humanos lenguaraces con cerebro de rata y costumbres de borrego».
Aquiles Entrecoz
La primera parte de la novela la conforman los antecedentes del protagonista, entre chanzas y anécdotas de lo más bizarras, muy necesarias para empatizar con Aquiles y comprender su evolución en la trama. En dicha parte encontramos criaturas variopintas (demasiado humanas) que componen un «paisanaje rural» de lo más hilarante, caricaturesco y esperpéntico.
Los personajes
Entre los secuaces más destacados de Aquiles encontramos a Beltrán Cabezudo y al Chino (catador principal de «mierda amarilla»), pero el secundario de mayor envergadura es Emiliano el Legionario, guía espiritual y mentor de Aquiles. Maestro quijotesco inolvidable por sentencias como esta: «Parece una obviedad, pero la inmensa mayoría de las personas ignoran que están vivas».
Más adelante aparece uno de los personajes más entrañables, Pacorro Piñones, «celebrado en la Baja Maraña por sus múltiples piñazos y otros números circenses de beodo recalcitrante». Las anécdotas más sórdidas y escatológicas suceden en torno a él. Me reí a carcajada limpia.
Por otro lado está la familia que Aquiles, una estirpe de «eminentes gritólogos». La madre, Mari Trini, tiene frases para la posteridad y yo recopilé unas cuantas:
«¿Cómo va a ser mejor esa bayeta que mis trapos?»; «¿No tienen ellos las maquinas de hacer dinero? ¡Pues que lo hagan!»; «¡Me vais a quitar la vida entre unos y otros!»; «Para que luego digas que digo»; «Desde luego, ¡no tienes ni pizca de consideración!», «Pero ¿qué ibas a hacer tú sin mí? ¡Te iba a comer la mieeerda!»…
En torno a su figura podría formarse un nutrido club de fans. La madre de Aquiles lidera un elenco familiar que representa lo más costumbrista y rancio de la mentalidad rural cristiana. Personaje clave, Mari Trini, tanto en la historia como en los traumas del protagonista.
Otro personaje apoteósico es el Profeta, lo que viene siendo el tonto del pueblo. Según nos cuenta Aquiles, el Profeta fue sometido de pequeño a una «operación a retraso mental o muerte», cuestión que no pondremos en duda en ningún momento. El profeta, marginal entre marginales, me deleitó con sus monsergas de tronado rural.
La trama
En la primera parte, la comedia está garantizada de principio a fin. Cada anécdota es una oportunidad para el desparrame y la risa. Para los que leímos la novela más de una vez, algunas escenas ya son míticas: la del mitote, la del callejón de las ratas, la de la fosa putrefacta…
La escena del callejón de las ratas contiene el pasaje más surrealista y disgregador de la primera parte. Al más puro estilo de la famosa serie Twin Peaks, el protagonista se traslada a un «cuarto oscuro» ubicado en otra dimensión. Es un viaje a las oscuridades del inconsciente, donde la verdadera semilla del mal se está gestando. La manera en que el autor te transporta a esta onírica dimensión, en contraste con el paisanaje rural, hace que la novela sea única.
En el último capítulo de la primera parte regresamos al cuarto oscuro, un mundo soterrado y sombrío donde se cuecen a fuego lento los demonios de Aquiles. La última escena es el caldo de cultivo de todo lo que vendrá después. El autor comienza a introducirnos en la atmósfera densa y la vorágine enfermiza del futuro Aquiles. El cuarto oscuro se abre, la semilla del mal eclosiona y la masa densa se libera sin control…
A estas alturas de la novela, Aquiles ya se ha labrado la fama de (anti)héroe de los parias y condenados al ostracismo social. Pero en el monólogo interior de la segunda parte se forjará el mito. Aquiles, por sí solo, eleva Terrorhome al pedestal de las novelas de culto. Rescato algunas frases que lo ponen a la altura, barroca e histriónica, de Ignatius J. Reilly o del mismísimo Quijote:
«Todo lo que me proponía no lograr, lo conseguía»; «Me obsesionaba con los grandes misterios, escatológicos, de la podrida humanidad»; «Al mirarme al espejo, me topé con una réplica desquiciada de mis ojos»; «Mi plan para el resto de día era pasarlo en posición horizontal».
No obstante, puestos a elegir, me quedo con la expresión «ir a los gorrinos». Para mí se ha convertido en la nueva frase (o hashtag) de moda.
En la segunda parte, mediante la profundidad y complejidad del monólogo interno y la introspección, el autor nos introduce en la psiquismo del protagonista, creando una especie de espiral o vórtice de locura y ensueño que te trasportan directamente a las entrañas de Aquiles.
Sientes como en torno a su figura se va creado una especie de campo gravitacional cada vez más denso, y pronto te encuentras orbitando alrededor de él. La trama simplemente te atrapa, y todo comienza a tornarse cada vez más imprevisible. La frontera entre la realidad y la ficción se desdibuja, pero, al final, la realidad disgregada reclama su sitio, y en ese jugar con los límites de lo real es donde se crea la expectación y la intriga de esta segunda parte. La transformación y todo ese proceso de purgación que exige el personaje comienzan aquí a materializarse.
Buenas noticias para los amantes de la comedia: en la segunda parte, Aquiles cambia de registro pero no pierde ni un ápice del humor que lo caracteriza. No abandona ni la crítica ni la sátira, ni siquiera en aquellos momentos donde se masca la tragedia o se desdibuja la realidad. Siempre está dispuesto a regala momentos de comicidad de lo más descacharrantes. A pesar de su locura e histrionismo, de toda esa enajenación que ha alcanzado el personaje, en cada escena asoma ese lado cuerdo y sensato que realmente nos engancha de su carácter y nos hace conectar con su lado humano.
Uno de los rasgos más destacados del Aquiles adulto es el nivel de cinismo que alcanza, que no deja de engalanar su maravilloso y sarcástico sentido del humor. Es el Aquiles más incisivo y directo, una especie de Ignatius J. Reilly en una versión sucia o punki, y a la vez más humana.
Otro gran momento cómico que nos deja la novela es el que protagoniza su desidia y disposición a no trabajar:
«Ni hablar, no debía exponerme; una oferta de trabajo era capaz de matarme del susto o mandarme, como mínimo, al hospital».
Aquiles Entrecoz
A pesar de su natural y encantadora arrogancia, con ese cierto grado de soberbia propia de los marginales y repudiados, encontramos también pasajes trágicos plagados de autodenigración, victimismo y odio hacia sí mismo, nunca exentos de comicidad:
«Mi cuerpo resultaba como mínimo dantesco. Más que un cuerpo, era una oda al vómito»; «Mis ojos eran dos ciénagas que solo acumulaban derrotas y bazofia emocional»; «¡Soy una bestia erguida de rasgos humanoides! ¡Un asqueroso mostrenco!»; «La mierda que contenía el megatazón era el fiel reflejo de mi vientre, de mi ser y de todo lo acontecido a lo largo de mi vida».
Todo esto refleja el rencor e impotencia inherentes al carácter del personaje. A través de este monólogo derrotista, se va forjando el mito.
Del solipsismo inicial, que venía preservado bajo esa bruma misteriosa de intriga e irrealidad, y que transcurría en el escenario onírico y congelado del Inframundo, pasamos finalmente al incendio final, a la catarsis más sublime, a la auténtica tragedia griega. Aquiles describe su final en ese reino estático como «el patético final de mi irrisoria existencia».
A partir de aquí, la trama comienza a cobrar cada vez más sentido. Las piezas empiezan a encajar en un puzle cada vez más perfecto y retorcido donde nada está dejado al azar. La sucesión de imágenes mentales, fantasías, proyecciones, retazos de recuerdos y continuos flashbacks de Aquiles adquieren un matiz cada vez más real e inesperado. El personaje cuestionando su propia condición como personaje, su propia existencia en el abismo, una frontera sinuosa donde confluyen lo real y lo ilusorio.
Estos retazos de recuerdos remueven las emociones y confunden, para luego mostrar una realidad dura e imprevisible, pero sobre todo aleccionadora. Aquiles es el eslabón débil de un ecosistema perverso y hostil, el fruto de una broma cruel del destino o el resultado de un error de cálculo. Un ser humano que, teniendo una genuina sensibilidad y empatía, se convierte en víctima y verdugo. Víctima de sus circunstancias; verdugo de sus propios fantasmas.
Un personaje plagado de traumas y miedos soterrados, de hostilidades internas hacia sí mismo y los demás. Su cabeza es una danza macabra de paranoia, desidia, rumiaciones grotescas y circunloquios fantasiosos que conforman la quijotesca realidad con la que Aquiles nos engaña y se engaña.
Valoración final
En el punto donde se bifurca el destino de Aquiles, solo los que logren comprenderlo desearán su salvación. El resto, por ser un espejo que les muestra lo que no quieren ver, lo odiarán.
Sobre el final de esta novela de culto solo puedo decir: sencillamente prodigioso.
Una historia que inspira, transforma, libera y nos hace más humanos. La novela encierra en sus páginas el auténtico poder de la alquimia, ese proceso de transformar el abismo y la oscuridad en pura luz.
Ha nacido una estrella: Aquiles Entrecoz, un auténtico (anti)héroe que, a través de su expiación, nos representa y nos salva a todos. Espero seguir riendo (y sufriendo) con este personaje, que para mí se ha convertido en un ídolo y en todo un referente literario.
Y qué decir de Javier Eugercio. Espero seguir disfrutando de este genial escritor. Si aún no lo leíste, será un gran descubrimiento. Saber más…